7.25.2009

Hombre que mira el techo

Siempre hay una jornada fuera de serie
en que uno logra sentirse sereno
pero está lejos de ser una canonjía
ya que la serenidad no es el mejor
de los estados posibles e imposibles.

Hoy por ejemplo tomo distancia
con respecto a las cosas y a mí mismo
y no por eso echo al olvido
qué joda era qué bueno era
estar adentro del entrevero.

Después de todo la famosa
serenidad es una isla
autorizada comonó
y legal
aunque rodeada inexorablemente
por emociones clandestinas.

Todavía me siento un poco incómodo
en mis primicias de sereno
como quien entra en un traje nuevo
que tiene bajas las hombreras.

Pero el cuerpo y el alma son
animalitos de costumbres
mañana la incomodidá
será menor y en pocos días
me habré habituado a estar sereno.

Eso me llena a veces de alegría
es claro que se trata de una alegría serena
y en consecuencia uno no sale a dar abrazos
ni pega gritos ni le canta al cielo
a lo sumo archiva caricias y otros prólogos
por estricto orden cronológico.

También llega a invadirme el desconsuelo
pero se trata de un sereno desconsuelo
y por lo tanto nadie solloza
ni dice mierda
ni putea.

Sencillamente como un modesto mago
de rojo circo de domingo
o de feria
tomo los naipes del amor
los barajo con parsimonia
y en las narices del viejo público
que es como hacerlo en mis narices
mágicamente los transformo
en nuevos naipes de amistad.

Lo único extraño viene a la noche
pues se presume que un sereno
ha de dormir serenamente
pero yo paso horas y horas
mirando el techo.

O sea que
no sé hasta cuando estaré sereno
porque la calma ya no da abasto.

Hay que confiar y yo confío
que no hay mal que dure
cien años.

M. Benedetti